jueves, 28 de diciembre de 2006

RUTINARIO

Sólo restan diez minutos,
una tregua en su reloj.

Y en un rito redentor,
día a día vuelve el salto,
a la trama y al espanto,
de ese abismo interior.

Tres minutos ya le restan,
cuestionando una razón.

Y un impulso detractor,
no declara improcedente,
a la hiriente y sucia llaga,
en su endeble corazón.

Él bien sabe del sopor,
de esta rueda incesante;
su presente es la constante,
de un tictac aterrador.

“Un vestigio de emoción,
presa inerte del instante,
y en la nada de su trance,
la penumbra es otro aliado”...

Incesante cuestionario,
de un destello abrumador.

Inconsciente delator,
que en su rito cotidiano,
va a la trama del fracaso,
en su pérfido interior.

Y en la culpa, su dolor,
fue la saña del pasado,
que no libra de sus cargos,
al ingrato imprudente.

Denunciando prepotente,
al causante del fracaso,
enemigo del mandato,
del consejo y su lección.

Su mundana tentación,
fue jugando en el vacío,
aferrándose a un destino,
a merced de la función.

Y a la suerte se atenía,
con la lógica sentencia,
de la náusea pervertida,
que da vida al soñador.

En el cisma del fragor,
el futuro fue otro diario;
tenues páginas en blanco,
que se llenan con destiempo:

El humano escarmiento,
es su ausente borrador.

El perfecto detractor,
se incorpora con esfuerzo;
el gran peso de su cuerpo,
hiede a rancio delator.

El tirano opresor,
de la aguja y el minuto,
hoy condena sin indulto,
los anhelos de su autor.

Y otro acto de la horda,
en su gracia que desborda,
se resigna en el tumulto,
y en lo negro su humor.

Ya no hay tiempo ni perdón,
solo restan diez segundos...

Muere un alma en el tumulto,
gira absurdo el gran reloj.

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