Sólo restan diez minutos,
una tregua en su reloj.
Y en un rito redentor,
día a día vuelve el salto,
a la trama y al espanto,
de ese abismo interior.
Tres minutos ya le restan,
cuestionando una razón.
Y un impulso detractor,
no declara improcedente,
a la hiriente y sucia llaga,
en su endeble corazón.
Él bien sabe del sopor,
de esta rueda incesante;
su presente es la constante,
de un tictac aterrador.
“Un vestigio de emoción,
presa inerte del instante,
y en la nada de su trance,
la penumbra es otro aliado”...
Incesante cuestionario,
de un destello abrumador.
Inconsciente delator,
que en su rito cotidiano,
va a la trama del fracaso,
en su pérfido interior.
Y en la culpa, su dolor,
fue la saña del pasado,
que no libra de sus cargos,
al ingrato imprudente.
Denunciando prepotente,
al causante del fracaso,
enemigo del mandato,
del consejo y su lección.
Su mundana tentación,
fue jugando en el vacío,
aferrándose a un destino,
a merced de la función.
Y a la suerte se atenía,
con la lógica sentencia,
de la náusea pervertida,
que da vida al soñador.
En el cisma del fragor,
el futuro fue otro diario;
tenues páginas en blanco,
que se llenan con destiempo:
El humano escarmiento,
es su ausente borrador.
El perfecto detractor,
se incorpora con esfuerzo;
el gran peso de su cuerpo,
hiede a rancio delator.
El tirano opresor,
de la aguja y el minuto,
hoy condena sin indulto,
los anhelos de su autor.
Y otro acto de la horda,
en su gracia que desborda,
se resigna en el tumulto,
y en lo negro su humor.
Ya no hay tiempo ni perdón,
solo restan diez segundos...
Muere un alma en el tumulto,
gira absurdo el gran reloj.
jueves, 28 de diciembre de 2006
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